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10 de junio de 2013

{Semana 23/52}

Marta - Cuando duermen



Cuando mis hijos duermen, la casa parece otra. El silencio la agranda, y tengo el sentimiento de “misión cumplida”. Hemos vivido juntos un día más. Me gusta mirarlos y pasar a darles un beso antes de acostarme, la sensación de estar los cuatro en casa, donde todo lo malo queda fuera de nuestra puerta.
Cuando son pequeños, sus miedos se deshacen en el sueño, un cuento basta para combatir los desaires del día, un abrazo para deshacer la peor pesadilla. Llaman mil veces porque quieren agua, decirte una cosa más, pedirte un último beso antes de cerrar los ojos (mi hija pequeña, ya de la generación tecnológica 100%, cuando nos sentamos en el sofá a ver un episodio de la serie que toque en ese momento, dice “chicos, haced un pause y venid a darme un beso). Me cansaba tanto ese ir y venir, hasta que pensé que llegará un momento en que ya no me llamen. Mi hijo mayor hasta hace un par de años nos llamaba y decía “Chicos, ¿me apagáis?”, ahora ya no lo hace y lo echamos de menos, cuando se ha cambiado ese momento por el “manu, apaga ya”.
Duermen y parecen a la vez tan frágiles y tan a salvo, tan abandonados a su sueño, como cuando eran bebés y dormían con los brazos estirados por encima de su cabeza. Duermen y yo me asombro cuando me parecen tan largos acostados, sus pies cada vez llegan más abajo y a veces se levantan y parece que esa noche mientras dormían se han dedicado a crecer un poco más. Duermen y, cuando me acerco y pego la nariz a su cuello, me gusta ese olor que las madres conocemos y no podríamos describir, un olor que cambia con los años pero que sigue teniendo algo de terciopelo; son como pan recién hecho, calientes y olorosos. Hay mañanas en que voy a despertarlos y, si el reloj nos da una tregua de dos minutos, me meto en su cama y me pego a ellos, y durante esos dos minutos el mundo se para.
Por la mañana salen al mundo, y no queda más que confiar en que ese día la vida los trate bien; mientras están fuera de casa y de mi vista son personas autónomas que deberán recurrir a sus propias herramientas para arreglar las averías de su día. Pero por la noche, mientras duermen, vuelven a ser mis niños, siempre pequeños, aunque cada vez más mayores, intocables para los sustos y los malos ratos, protegidos por el sueño y por el último beso nocturno de sus padres.


Silvia - Un viaje sin retorno.


Hace un mes nació mi sobrino Alex, tan lindo, tan pequeño... Cuando lo veo pienso que el tiempo pasa demasiado rápido, que apenas unos años atrás mi hija era asi, olía a bebé y también tenía esas manitas arrugadas. Ahora es una niña coqueta, divertida, con carácter, que me pide un beso cuando se despide de mi en el cole. Pero dentro de poco irá sola al cole y le dará vergüenza que mamá la besé delante de sus amigas.  Es la vida, si, pero quizá el tiempo debería pasar algo mas despacio, dejarnos saborear los momentos esenciales de la vida, esos momentos que te cambiarán para siempre porque la maternidad es un viaje sin retorno. Después de ver esas manitas arrugadas y oler el perfume de tu bebé nada vuelve a ser lo mismo ni quieres que lo sea.


Ene - Amigas y abrazos


Lur ya es asidua a este proyecto de 52 semanas, es una de las mejores amigas de Izaro... se protegen, se quieren, se abrazan, se pelean y lloran juntas.... me gustan estos momentos, me demuestra que mi hija tiene a alguien en quien apoyarse cuando nosotros no estamos... Me gusta saber que es amiga y tiene amigas...



Charo - Después de la Siesta


Después de la siesta, o ese ratito antes de merendar, suele ser el "más" tranquilo del día. Básicamente porque Gadea aún no ha despertado del todo, y sólo tiene media batería cargada.

Es el momento de desperezarse, de ver la tele, de no hacer nada, solo disfrutar de ese momento de relax.

También hay que seguir con el ritual las preguntas ¿qué hay de merienda mami?, ¿a qué jugamos?, ¿salimos al parque?... Hoy Gadea se presentó a nuestro momento de relax un cubo y una pala. Toda una declaración de intenciones. Parque pasado por agua.

 
Cachi - Tio Javi



Es mi hermano pequeño pero es como si fuésemos un tipo raro de gemelos, con una conexión especial. Lo gracioso es que parece que los niños han heredado esa conexión porque desde que se levantan preguntan por él, cuando hacen algo nuevo o encuentran un bichito piensan en enseñárselo al "tio Favi" o repiten que quieren ir a su casa casi como un mantra que ya me he acostumbrado a escuchar. Me gusta que le quieran tanto aunque vivamos a 400 kms de distancia. Porque él es parte de mi familia, pero de la de verdad, de la familia que quieres tener y eliges, no de la que te toca. Y es que le echamos mucho de menos. 

Estoy deseando que lleguen nuestras vacaciones juntos para disfrutar un poco más de su compañía.
¡¡¡ Te queremos!!!

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